El Arquitecto R. Buckminster Fuller afirmaba que la tensegrity, o la simultaneidad de tracción y presión, es un aspecto omnipresente en la naturaleza. A Fuller (1895–1983) se le considera uno de los más importantes inventores del siglo XX, llamándosele incluso “el Leonardo Da Vinci americano de lo moderno”.

Fuller descubrió que la naturaleza nunca construye formas rectangulares, sino como máximo con un ángulo de 60º. Este principio lo aplicó levantando cúpulas formadas por triángulos equiláteros. Con esta forma de construir se consigue la estabilidad no por compresión, como en las construcciones habituales de casas, sino por la distribución y simultaneidad de tracción y presión. Igual que ocurre en la rueda de radios, la totalidad o integridad de la estructura está determinada por el esfuerzo de tracción repartido por la totalidad del sistema.

Fuller llamó a este principio tensegrity (tensile integrity).

La eficacia energética de este revolucionario principio de construcción se puede representar comparando las cúpulas geodésicas con las construcciones tradicionales en forma de cúpula. Esta últimas están sujetas a la ley del diámetro máximo de 45 m para evitar que la cúpula se hunda por el peso soportado. Así se realizó la construcción de la cúpula en la catedral de Sevilla, la segunda más grande después de la de San Pedro, una lucha contra la materia librada durante cinco generaciones. La cúpula de la basílica de San Pedro de Roma, construida en 1546 bajo la dirección de Miguel Ángel, tiene un diámetro de 42 metros y es la cúpula de mayor tamaño del mundo construida según la forma tradicional. Este diámetro máximo no rige en la forma de construir a base de triángulos equiláteros de 60º.

Fuller consiguió demostrar en la práctica que sus construcciones en forma de cúpula adquirían una mayor eficacia energética a medida que aumentaban en tamaño. Cuanto mayores son, más estabilidad adquieren.